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Monseñor Leonidas Proaño, el obispo de los indios, es el quinto personaje emblemático del Gobierno Nacional

Monseñor Leonidas Proaño, el obispo de los indios, es el quinto personaje emblemático del Gobierno Nacional

Quito, (Pichincha) –  El Gobierno Nacional emprendió este lunes la difusión de la figura de monseñor Leonidas Proaño, el Obispo de los indios, en el marco de la campaña de reivindicación de personajes emblemáticos del Ecuador. Esta es una propuesta compartida por el Ministerio de Educación, Ministerio de Cultura y Patrimonio y la Secretaría Nacional de Comunicación para rendir homenaje permanente a quienes levantaron la historia, el pensamiento y la cultura en el país.

La presentación estuvo a cargo del ministro Fander Falconí, de Educación; y Gabriel Cisneros, subsecretario de Emprendimientos, Artes e Innovación del Ministerio de Cultura y Patrimonio, quienes desde el salón Azul del Palacio de Gobierno destacaron la importancia del sacerdote “quien tiene un pensamiento de avanzada en su época. Plantea como sentido de su quehacer político, social, de párroco, una educación profundamente vinculada con los pobres”, según expuso Falconí.

El Ministro recordó que la visión de monseñor Proaño fue acogida por el Gobierno e implementada en los programas de alfabetización, educación intercultural bilingüe “que es todo un ejemplo para América Latina e indudablemente para el Ecuador y para la construcción de un país plurinacional y diverso como es nuestro país”.

Falconí citó la frase escrita por monseñor en su autobiografía: “Cuanto he vivido y he aprendido no ha sido extraído de las aulas universitarias de mi país o de algún otro país del mundo, sino de la cantera del pueblo, porque mi Universidad ha sido el pueblo y mis mejores maestros han sido los pobres en general y, particularmente, los indígenas del Ecuador y de América Latina, considerados en Puebla como “los más pobres entre los pobres”.

La figura de monseñor Leonidas Proaño es el quinto personaje emblemático que difunde el Gobierno Nacional.  Previamente se presentó a Manuela Espejo, Fernando Daquilema, José Joaquín de Olmedo y Alonso de Illescas.  La difusión incluye la transmisión de un documental a nivel nacional, colocación de su imagen en entidades de la Función Ejecutiva, cápsulas informativas y activaciones digitales; y su exaltación en los minutos cívicos y carteleras de los establecimientos educativos.

Leonidas Proaño nació el 29 de enero de 1910.  Sus padres, Agustín Proaño y Zoila Villalba, eran tejedores de sombreros de paja toquilla, en San Antonio de Ibarra (Imbabura). Desde sus primeros años aprendió el oficio familiar.  En 1917 comenzó la primaria en la escuela fiscal Juan Montalvo.

El párroco de San Antonio le gustaba conversar con él. El niño le decía que quería ser pintor, pero él le sugirió que fuera al seminario y se hiciera sacerdote. Al niño y a sus padres les gustó la idea. En octubre de 1925 ingresó al Seminario de San Diego como alumno externo. En 1929 se graduó de bachiller y pasó al Seminario Mayor de Quito donde continuó sus estudios de filosofía y teología para ser sacerdote.

Gustaba de la lectura, escritura, pintura y también de los deportes como fútbol y andinismo. En las primeras vacaciones, en su pueblo, formó un grupo de jóvenes, a los que reunía los domingos por la noche para dictarles charlas de carácter social y cultural. Esas charlas se prolongaron por años, en cada una de las vacaciones.

En 1936 se ordenó de sacerdote y el obispo de Ibarra dispuso que él y otros tres compañeros fueran de profesores a dos establecimientos: el Seminario Menor y el colegio católico Sánchez Cifuentes. Los cuatro eran inseparables, así que en esa ciudad les conocieron como «el Cuadrilátero”. Juntos organizaron, tanto en Imbabura como en Carchi, la Acción Católica en sus varias ramas (hombres, mujeres, estudiantes, obreros adultos y jóvenes obreros, esta última llamada JOC), y animaban sus reuniones, concentraciones y congresos.

El padre Proaño sobresalió por sus dotes organizativas, su constancia, inteligencia, afabilidad y una conducta irreprochable, que le mereció que el papa Pío XII le designara Obispo de Riobamba, en 1954.  En esa ciudad halló una población indígena empobrecida y analfabeta, sin cuidados de sus patrones, ni del Estado.

Esta era una situación general del país, donde subsistía el huasipungo, es decir la entrega de un pedazo de tierra a cada familia indígena a cambio del cual debían trabajar gratis para los hacendados. Con gran valentía y constancia se dedicó a visitar cada una de las parroquias (visitas pastorales), alojándose en estas por días o semanas, conviviendo de cerca con los indígenas, conversando con ellos, consolándoles, dándoles fuerza.

En 1960 hizo la reforma agraria de las haciendas de la diócesis, antes incluso que se expidiera la Ley de Reforma Agraria de 1964. Esto implicó la entrega de tierras de las propiedades en poder de la curia, a los indígenas.

A la vez, trabajó con los sacerdotes y promovió el Plan de Reconversión Pastoral para la Diócesis, primer paso para la formación de nuevos grupos que con espíritu de pobreza trabajaron entre las comunidades. Además, creó un grupo de reflexión sobre la fe y la iglesia, llamado “Juan XXIII”, al que acudían curas párrocos y religiosos de todo el Ecuador, para reflexionar sobre el compromiso con los más pobres.

Preocupado por la educación de los indígenas, creó las Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador (ERPE), bajo el lema de «Educar es Liberar», inaugurando la primera en Riobamba en 1962 en onda corta y con un kilovatio de potencia. Pronto se fundaron otras, tanto en la provincia de Chimborazo como otras vecinas, llegando así al campesinado con cursos de alfabetización y aritmética, en emisiones en quichua y español, que se complementaban con música y evangelización.

Su labor permitió a los indios empezar a salir de su atraso y que la iglesia reconociera que, a lo largo de los siglos, había estado muy ligada a los poderosos y que debía volver la atención a los pobres y necesitados, lo que le valió el apodo de “el Obispo de los indios”.

Monseñor Proaño nunca estuvo con la violencia ni con la guerrilla, pero sí con la necesidad de que los pobres reflexionaran sobre su situación e identificaran que esta no era por castigo divino, sino por una estructura social injusta y que debían luchar, con las herramientas que daba la ley, para lograr la reforma agraria, ser dueños de su tierra, que se termine el huasipungo y otras formas de trabajo precario (trabajos casi gratuitos por los que no les pagaban salarios).

En 1986 fue nominado al Premio Nobel de la Paz por su arduo trabajo en defensa de los Derechos Humanos, de los pueblos y su opción por los indígenas. En 1988 promovió con la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), la campaña «500 años de Resistencia Indígena» oponiéndose a la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América.

A finales de 1987 se detectó que sufría un cáncer avanzado al estómago que le debilitó rápidamente complicándole el hígado y su salud se complicó en 1988.  El 30 de agosto, falleció a los 78 años de edad. Sus restos fueron llevados a la Catedral de Riobamba donde recibió el postrer homenaje de sus amigos los indios. Después su cuerpo fue llevado a San Antonio de Ibarra y enterrado en el cementerio de la comunidad de Pucahuaico.

Fue un hombre de paz, nunca agresivo, humilde pero siempre valiente, porque nunca transigió con el error ni la mentira, ni inclinó su frente a los poderosos. Luchó por la justicia y por los más pobres.